Según la OMS a lo largo de la vida un 17% de mujeres y un 9% de varones sufren un trastorno depresivo. Una depresión puede desarrollarse a cualquier edad, desde la primera infancia hasta la ancianidad, pero adolescencia y juventud son las etapas más vulnerables para este trastorno.

Una depresión supone una pérdida general de vitalidad. Dos grandes cambios justifican el diagnóstico: uno de ellos es la tristeza, el ánimo depresivo que con frecuencia se manifiesta por irritabilidad; el otro es la anhedonia, es decir la dificultad para disfrutar, para sentirse a gusto, interesado, en situaciones y actividades que antes interesaban y motivaban. Un trastorno depresivo puede tener manifestaciones muy variadas que dependen de su gravedad y de características personales del paciente: insomnio o somnolencia, pérdida de apetito (a veces aumento), fatiga, dificultades de concentración, descenso de la autoestima, retraimiento social, pesimismo generalizado, ideas de muerte o suicidio, deterioro del rendimiento escolar o laboral, etc.

Los trastornos depresivos siempre cursan con ansiedad. Con frecuencia previamente ya se sufre un trastorno de ansiedad que con la depresión queda potenciado. En niños y adolescentes un episodio depresivo puede ser el anuncio de un posible trastorno bipolar. Los trastornos depresivos pueden acompañar cualquier otro trastorno psicopatológico. Son una de las consecuencias más comunes de vivir situaciones traumáticas, de estrés, actuales o pasadas.

En los últimos años se está dando importancia a la relación entre depresión, conductas de riesgo en la adolescencia y trastornos por consumo de alcohol y drogas a cualquier edad.